domingo, 17 de agosto de 2008

EL ÁNGEL ~ TEATRO

EL ÁNGEL (Fábula en teatro) De Antonio Sebastián Aragón Gotarredona Angustia, dolor, desesperación, gritos, llantos, desgarros, pánico, desolación todo eso y mucho más dentro del alma de la mujer que sale al escenario. Llora destrozada por el espanto que ha soportado. Mujer: ¡¡¡Dios mío!!!, ¡Socórreme!. Me han destruido. Han asesinado a todos, me han violado y ya no me queda nada. ¡¡¡¿Por qué Dios mío, qué mal hicimos?!!! Más que llanto, son gritos de un dolor insoportable, el quejido del peor de los quebrantos. Mujer: Jamás hicimos daño a nadie. Y mis hijos, descuartizados como reses en el matadero. ¡¡Dios mío, ayúdame!! Aparece en escena un hombre, que muy serenamente se dirige hacía la mujer, ella espantada huye llena de horror. Él se detiene y comienza a hablar. Al correr ella tropieza cae al suelo, se resguarda en un rincón acurrucándose e intentando protegerse con los brazos Ángel: Espera, estoy aquí para ayudarte. Tu nos has pedido ayuda y me han enviado para confortarte, porque tu invocación nos ha estremecido. El ángel y la mujer permanecen mudos e inmóviles. Ella en medio de tanta crueldad, de tanto sufrimiento, de tanta maldad, de tanta locura brutal y despiadada, no sabe como reaccionar, pero nota en seguida que él es la primera persona en mucho, muchísimo tiempo, no se le muestra hostil, ni agresivo, y muy lentamente se va deshaciendo su pánico, él sigue impasible. Poco a poco ella va serenándose. Él la mira con una inmensa ternura, con un inmenso amor, y completamente estático. Por fin, ella rompe a llorar. Él continúa mirándola con toda la dulzura, y va acercándose con una ligera cojera y lentamente hasta llegar junto a ella. Se sienta en el suelo junto a ella y la abraza mientras ella sigue llorando. Mujer: Ya no tengo miedo. Se oyen disparos, cañonazos y fuego cruzado muy cerca. Permanecen abrazados y serenos. Mujer: Ya no tengo miedo. Ángel: ¡Claro, no te lo dije!. Mujer: Sin embargo, sigo sintiendo tanto dolor, continúo estando rota. Ángel: Pues mejor que no te acostumbres, porque eso es fatal. Uno toma el hábito, y ya no se lo puede quitar uno de encima en la vida. Cuando uno se acostumbra a ser infeliz, ya no puede dejarlo; es una de las peores adicciones que hay. Que todo el mundo ve y nadie toma en consideración. ¡Lo que hace la rutina!. La mujer sigue acurrucada en él, no obstante, casi no puede creer lo que dice, no puede creer que este hablando sobre su dolor que es inmenso. No comprende porque ella habla de violencia de sangre, de crimen, de sufrimiento, y a él solo se le ocurre hablar de rutina, quiere indignarse, sin embargo, cuando intenta separarse de él para replicarle, siente miedo y no puede, permanece en su regazo. Silencio. Por fin consigue distanciarse. Por fin se decide a increparle, a echarle en cara su superficialidad. No puede hablarle con acritud, y habla serenamente. Mujer: No deberías hablarme de rutina cuando yo no siento nada más que rabia, dolor y sufrimiento. Tu tienes que consolarme. Estás aquí para que yo me sienta mejor Ángel: ¿Por qué?. Tu te sientes mejor. Antes de llegar invocabas a Dios pidiéndole que te hiciera sentirte mejor, que te ayudará. Ya lo tienes y aún no estas conforme. ¡Que pronto te has acostumbrado a sentirte mejor!. ¡Ala!, y enseguida a pedir más. ¡No, si te digo ... .!. !Hay que ver como sois aquí!. Enseguida la rabia y después la venganza seguro. Mujer: Bueno, tampoco es para ponerse así. Me han violado, han matado a mis hijos, a mi marido, a mis padres, a mis suegros, y estoy desesperada. Ángel: Quizás, no he estado muy acertado. De todas formas, tanto como desesperada, descolocada me parece más acertado. Mujer: (Irritada) Si, desesperada, destruida, destrozada. Ángel: Pero, ¿por qué?, ven aquí mujer, ven a mis brazos, cuéntame, yo te consolaré. Ella no va a sus brazos. Mujer: Me siento sucia y sin valor, rezumando dolor. Ángel: Si, eso lo entiendo muy bien. Pero desesperanzada no, yo estoy aquí para eso. Yo te voy a curar. Mujer: No has empezado demasiado bien. Ángel: Si. No te digo que no. Hago lo que puedo. Mujer: ¡Qué va a ser de mi ahora!. No me queda nada más que la desesperación. Ángel: No te preocupes ya nunca más del pasado, tienes que dedicarte a partir de ahora a vivir. ¡A vivir, que son dos días! La mujer lo miro sin dar crédito a lo que está oyendo. Mujer: ¡¿Cómo puedes decir eso si ya no tengo vida?!, ¡¿qué vida voy a vivir?!. Si no me queda ya. La mujer se ve inmersa en tanto horror que no comprende nada, no sabe porque el ángel le habla de rutina. Ella no quiere sentir nada de eso y dentro de su dolor escucha lo que dice el ángel casi sin entender nada. No puede comprender como puede hablar de esas cosas con ella. Ángel: ¿Por qué me meteré yo en estos fregados?, ¡Si yo ya no valgo para esto!, ¡con lo bien que estoy yo ya allí!, ¡si a mí no se me ha perdido nada aquí!. ¡Ya me tocó a mí en su día, y ya tuve yo más que suficiente con lo mío!. Pero Él no. Dale con que esto es asunto de todos, y que si se nos ha perdido algo. Él no para de decir, que se nos ha perdido todo aquí. No, si yo comprendo que Él tiene razón. ¡Pero, es que no hay quien los haga entrar en vereda!. ¡En fin!, ¡paciencia!. ¡Sigamos!. (Hasta ahora está hablando como para sí. A partir de aquí, se dirigirá a la mujer). ¡Vamos a ver! ¿qué es lo que lo que te ha pasado, a quién has perdido?. Cuenta, cuenta. Bueno yo ya lo sé, pero tranquilízate y habla. Empieza por el principio. Mujer: Aún no sé si todo ha sido cierto. No soy capaz de asimilar bien todo esto. Si todo esto me pasara todos los días, supongo que reaccionaría de otra manera. Si muriéramos de vez en cuando, entonces todo sería distinto. Si puede que todo sea cuestión de costumbre al fin y al cabo. Me siento tan inmensamente mal, que no doy abasto. Mi marido murió el primero. Ángel: Continúa, continúa. Cuenta, cuenta. Mujer: Desde ese momento, todo fue horror, hasta que tu llegaste. Casi no puedo recordar. Recuerdo claramente dos cosas, mi marido envuelto en sangre, un tiempo interminable de horror. Los cuerpos fríos y húmedos de todos, más horror, y un caminar sin fin también lleno de horror. Sólo horror y cansancio. Ángel: ¿Y tu sufrimiento, donde está, qué lo produce? Mujer: Está siempre dentro por culpa de sus ausencias. Ángel: Pero bueno, pero bueno. Tu marido no te amaba. Mujer: No, pero yo si a él. Ángel: ¿Es suficiente razón?. En vida, también tenías su ausencia. Mujer: Si. Pero yo le amaba. Ángel: ¿Seguro? Mujer: Si, yo le amaba. Ángel: ¿Le amabas? Mujer: Si, yo le amaba. Ángel: Creo que ha quedado claro que tu le amabas, ahora, explícamelo bien, puede que así consigas tu comprenderlo mejor. Porque yo ya lo sé todo, soy un ángel. Mujer: (Con la impresión de estar absolutamente sola) Es una alucinación. Las preguntas me las hago yo sola. No hay nadie. Es la única salida. Hablar. Quitarme el miedo de encima. Aniquilar el dolor. Seguir. (Oye la voz del ángel, habla consigo misma, como si la voz surgiera de dentro) Ángel: Continúa, cuéntame de él. Mujer: Le amo. El amor permanece, lo más que puede hacer es aletargarse, invernar no morir. El amarlos me da vida, y su amor fuerzas. Vivimos para amar. Somos para el amor; y lo he visto todo roto. No, no te quiero contar nada. Lo que importa es el amor sentido, el amor vivido. ¡Qué más me da ahora mismo si me amaba él!. Eso no me reduce el dolor. Ángel: Ya lo sé. Sobre todo yo lo debería saber. Mujer: Ahora me siento serena. Ángel: Ellos no sufrieron. Fue instantáneo. Mujer: Uno de mis hijos empezó a odiarlos y mi marido también. (Sonriendo). No sé si fue de repente. Empezaron a odiar sin ninguna razón, o por las mismas que antes no lo habían hecho. Ángel: ¿Estás bien? Mujer: Creí que lo sabías todo. Ángel: Era una pregunta retórica. Mujer: ¿Lleva acento retórica?. Ángel: Estás hablando de amor y de golpe me sales con eso. Mujer: Si hubiera alguien aparte de mi, comprendería el comentario. Puesto que no es así, puedo permitirme el lujo de salir con lo que quiera. Ángel: Se supone que estoy, y que te ayudo. Mujer: Las dos cosas están por ver. Al llegar al límite ha de ayudarse una misma, y los ángeles no están en la tierra. Ángel: Siempre me han gustado las mujeres con carácter, bueno antes, cuando ... . Mujer: (Continúa hablando para sí, interrumpiéndole) Ignoro como se puede amar u odiar alguien que no se conoce. Se puede hacer. A mi no me sale. El odio corroe, hay que desprenderse a toda costa de él. De repente, nos empezamos a matar. No sé reaccionar, ni sé hablar. No es serenidad, es un cansancio extremo. Quiero dormir ya, lloraré luego, cuando me despierte. Una luz es arrojada sobre el ángel, el resto está en una oscuridad completa. Ella duerme. Suena el aria de «Norma» «Dormono entrambi ... . Teneri figli miei» El ángel recoge a la mujer, la abraza y la apoya en su regazo. Acaba la música. Todo está oscuro. Ella duerme plácidamente. Espantosos sonidos de lucha, gritos de sufrimiento, tiros, cañonazos, guerra. El sonido se va amortiguando y mezclándose con el aria de «Norma» «Guerra, guerra, sangue sterminio ... .» Al final queda el aria. Despierta. Mujer: Estoy viva. Ángel: He escuchado el horror durante toda la noche. Te he velado. Mujer: Dado que no existes, te lo agradezco. Ángel: Todos lo llevamos dentro. Por eso no comprendo como se puede llevar dentro lo que he vivido esta noche. ¡Dios mío! Mujer: Dios no tiene que ver nada con esto, han sido los hombres, que no lo han visto entre ellos. No es bestialidad, no es animalidad, es maldad. Los animales no actúan con maldad, siguen su instinto. No hay maldad. Ángel: Dios es un ser extraño. No tiene maldad. Es el perpetuo amor expectante. Es el espectador eterno. Espera que actuemos como Él. No me extraña que necesite toda una eternidad para contemplarlo. Mujer: Maldad. No me extrañaría que después de todo los demonios existieran. Ángel: ¡Ah!, y nosotros no. Mujer: Es Dios el que existe. Como un amasijo de efluvios malignos y de esencias benignas debe ser el hombre, todo tan revuelto, que nunca se sabe que es lo que va a surgir. Siempre de repente. Debe costar demasiado separarlo todo, ponerlo todo en orden para preverlo. Ángel: Acostumbrarse a lo imprevisible, rezar para que no te toque, y si llega dejarlo atrás cuanto antes. Mujer: No es muy reconfortante, creí que habías venido para eso. Ya da igual, tanto dolor, tanto sufrimiento acaba quitarte el miedo. Después no tienes nada que perder, y te queda la serenidad, el sosiego, o la indiferencia. He llegado a esa etapa después de haber dormido en tus brazos. Ángel: Entonces existo. Mujer: Pudiera ser que, al fin y al cabo, fueras un ángel, pero de lo que no hay duda es que, lo que si eres, es un vanidoso de mucho cuidado. No me interrumpas. Déjame hablar conmigo misma, es lo que me queda. Ángel: Perdona, perdona, empero que lo sé todo, resulta cargante oír siempre lo que se conoce. Mujer: Seguro que moriste de pura autocomplacencia, de autosuficiencia. Ángel: Tampoco hay que ser desagradable, ni descortés. Mujer: ¡Qué desfachatez!. Déjame conmigo. Ángel: No puedo, he venido para no dejarte contigo. Mujer: De acuerdo, pero molesta lo imprescindible. Sólo eso. Ángel: Lo procuraré. Mujer: ¿Están ellos allí? Ángel: Si. Mujer: Los amo. ¿Me amaba él?. ¡Qué más da!. Me he sentido amada. He sentido la felicidad por ellos, y ellos a través de mí. Ya está porque nuestra medida es el amor. Ya no tengo miedo, gracias por todo. Puedo irme, ahora puedo. Dime otra vez. ¿Están todos bien y allí?. Ángel: Si. Mujer: Es lo único que necesito. No tengo miedo. Se va con paso firme, seguro y sosegado. Es completamente de día. Los sonidos del campo se perciben en primer plano. El ángel se comunica con ellos. Les indica que se escondan para darle una sorpresa, va de un lado a otro diciéndoles como la van a recibir cuando regrese. La mujer desaparece de escena. El silencio se hace. Aparece ahora en primer término el aria de bajo de la cantata 36 de J. S. Bach «Willkommen, werter Schatz». El ángel sigue dando las instrucciones a todos, que pueden verse o no. Sobre el aria suena una ráfaga de ametralladora y dos tiros secos y aislados. Termina el aria y aparece la mujer de nuevo. Ángel: ¡Ea!, pues ya estamos los dos igual. Cierra los ojos. Ábrelos cuando te diga. (Reaparecen la música y todos los que se habían escondido, vistos o no, se sitúan alrededor de ella). Ya. (Regocijo y alegría por doquier. Escena muda sobre fondo musical. Se abrazan, ríen, lloran, juegan, saltan, ... . El aria se acaba y el telón baja) FIN

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