viernes, 1 de agosto de 2008

PERFIDIA ~ teatro

PERFIDIA (Fábula Teatral) De Antonio Sebastián Aragón Gotarredona La acción transcurre en alguna parte moderna de este universo que tenemos. Los personajes son: Vendedor, Comprador 1, Comprador 2, Persona Encadenada, Acechante Escena sola. Mostrador perpendicular al espectador en el que se muestra una multitud de variedades del producto maravilloso y revolucionario llamado CONCOSO. Tras dicho mostrador hay una cortina y al otro lado de la cortina hay una persona encadenada y tendida sobre su espalda. Al abrirse el telón todo se ilumina y aparece el mostrador, la cortina, la persona encadenada y suena el primer movimiento de «Das Lied Von Der Erde» de G. Malher. La música aparece en primer plano a la vez que caen octavillas multicolores. Dichas octavillas dan publicidad al revolucionario producto CONCOSO. Los nombres de las firmas comerciales cuyas octavillas caen son los siguientes: ALAGRIO; PONTEYMIENTE; EL TAJO DE LA PÉRFIDA ALBIÓN; BIRRICA, y alguna que otra más que el director de escena quiera sacarse de la manga. Entra un vendedor a escena. Viste un elegantísimo traje negro y encima un delantal. Lleva un plumero en la mano y limpia el polvo al nuevo y milagroso producto llamado CONCOSO. Limpia al ritmo de la música. Coloca todo en el más perfecto orden. Ordena y arregla todo como si en ello le fuera la vida o el trabajo; casi de una forma amorosa y apasionada. Mira y remira todo; comprueba y recomprueba. Mira su reloj y se da cuenta que ya es hora de abrir el establecimiento. Se quita el delantal y sale de escena para abrir el establecimiento. Regresa enseguida y se pone al frente de su mostrador cual capitán de barco en su nave. La música termina. Entra un primer cliente muy bien vestido, chaqueta, corbata. Elegante y gallardo entra a buen paso. Vendedor: Buenos días, ¿Podría complacerle en algo?. ¿Podría ayudarle a encontrar lo que busca? El cliente no le hace mucho caso. Aunque mira al vendedor, no le responde y sigue mirando. Mira y mira la multitud de CONCOSOS que hay por doquier. Busca y rebusca con la mirada, más no encuentra. Al fin se decide a preguntar al vendedor. Lo hace con una mueca de contrariedad, un poco por timidez y otro poco por ese deje de frustración que le entra a uno por no haber podido encontrar solo lo que busca con ansias. Al vendedor se le enciende el rostro con una chispa de victoria, y otra de ver la humillación del comprador, al finalmente, haber claudicado ante él Comprador 1: Bueno, verá estaba tratando de encontrar un CONCOSO indicado y especialmente recomendado para lavadoras con programa geometral neutro de lavado, tipo X1Y375. El vendedor muestra un amplia sonrisa, grande y llena de dicha. Se agacha y busca en la parte baja posterior del mostrador; y aparece con un gesto de triunfo. Mostrando el CONCOSO de la victoria. Vendedor: Apuesto a que usted lo habrá estado buscando por todas partes este CONCOSO y no lo encontró. Eso le prueba que sólo en nosotros puede confiar. Olvídese del resto del mundo y póngase en nuestras manos. Unicamente entre nuestras manos encontrará su dicha, como únicamente ha encontrado, por fin, su anhelado CONCOSO. Comprador 1: Gracias. (con cierta pizca de malicia) ¿Y tendría el CONCOSO para el transmulacedor del automóvil PAK-A00 ? Vendedor: Por supuesto, justo ante usted. Así podrá usted, no sólo sentir la dicha de poseerlo en su casa, sino también en su coche. Se oye en primer plano un anuncio por la megafonía del local: «Con CONCOSO, la dicha en todo. CONCOSO, signo de distinción, y del placer del triunfador. Con CONCOSO, olvídese de todo. Si quiere ser la envidia de su vecino, ponga un CONCOSO en su camino. Comparta su vida con un CONCOSO y le resolverá todo. CONCOSO, la seducción» Vendedor: Incorpore esta unidad de CONCOSO a su lavadora y su ropa le hará sentir sensaciones de comenzar a vivir por primera vez. Sus esperanzas le serán renovadas. La ilusión, las ganas de vivir, resurgirá en su interior. Saldrá virgen a la vida, y su vida ya no será vida, sino dicha. Comprador 1: (Mirándolo con un deje de tristeza y desengaño) ¿Usted cree? Vendedor: Si, lo creo. ¿No conoce a nadie que lo posea? Comprador 1: Si. Vendedor: ¿Y no ha visto a esa persona feliz por su posesión? Comprador 1: Si (Su mirada empieza a brillar de ambición por esa felicidad ajena que podrá conseguir para sí mismo, a través de un CONCOSO) Vendedor: Mire, yo sólo le puedo decir, que CONCOSO extraerá de usted lo mejor de usted mismo y que basta con eso para sentirse pleno. Comprador 1: Me llevo los dos. Surge de nuevo la música en primer plano. Se trata de la misma obra. El primer movimiento de « La canción de la tierra» de Malher, «Brindis por la miseria del mundo». Con la música en primer plano podemos ver como el vendedor sigue alabando el producto y como el comprador uno va entusiasmándose cada vez más. No compra dos, sino que se lleva otros dos. Compra cuatro y se despide muy cordialmente del vendedor, como si le debiera la vida. Aparece en escena agazapada y sin que nadie la advierta una persona. Observa, espía, se oculta, escruta todo el tiempo lo que pasa. El vendedor se pone unos guantes quirúrgicos, una bata, mascarilla, y toda una serie de parafernalia para no contaminarse. Conforme se va poniendo cada una de las prendas en su mirada va apareciendo un brillo acerado y felón. La música sigue en primer plano. La persona sigue escondiéndose y acechando. El vendedor se dirige hacia la persona que está atada y le propina cuatro golpes brutales. Termina. Se despoja de todo lo que se ha colocado encima; se coloca ante su mostrador plumero en mano y sigue limpiando. Aparece en escena otra persona. El vendedor lo percibe y deja automáticamente de limpiar y esconde el plumero. Tiene una apariencia muy juvenil, la ropa, el corte de pelo, la manera de moverse, de desenvolverse, todo en general. Anda, mira, se mueve de un lado a otro mirando con interés descuidado la mercancía del establecimiento. Lo hace todo con un cierto aire tímido. La música desaparece. Vendedor: ¿Le puedo servir en algo? Comprador 2: Buscaba un CONCOSO. Vendedor: Lógico. Comprador 2: Un colega tiene uno en su equipo de música, y tiene un sonido cantidad de guapo. Vendedor: ¿Qué equipo es el suyo? Comprador 2: El Real CONSO de Burgandia. Vendedor: ¡Ah, qué bien, del mismo que yo!. Es el más guapo de todos. Comprador 2: Esta temporada está imparable, y es el que patrocina la marca de equipos de música que yo tengo. Es el LENDA BIRRICA. Vendedor: LENDA BIRRICA para que te sientas como tu estrella favorita. Comprador 2: ¿Están guapos, verdad? Vendedor: Los mejores en calidad. Comprador 2: Mi modelo es el 4X32MSK72. Vendedor: El que le permite gozar mejor. Comprador 2: He intentado acoplarle el CONCOSO de mi colega, pero no suena igual. Es menos cañero. Vendedor: Necesita CONCOSO de su modelo. Comprador 2: Me gustaría gozar tanto como mi colega. Vendedor: Este es su CONCOSO. Pruébelo y creerá que lo estrena. La persona sigue espiando agazapada, oculta, para que nadie se de cuenta. Está tramando su venganza. Comprador 2: Me llevaré tres, tengo uno en el dormitorio, otro en la cocina, y otro en el baño. Vendedor: Le felicito, es usted un ejemplo a imitar en esta sociedad. Hay que gozar en cualquier lugar, se esté donde se esté. Un buen ciudadano. Comprador 2: Tenemos el deber de hacer ver a los demás que nosotros somos tan felices como ellos. Eso es solidaridad. Consumo y gozo de cada uno. Vendedor: No sólo es un buen ciudadano, sino un ciudadano puro. Comprador 2: No tanto, no tanto. Pero a mí no me comen el coco esas sectas que dicen que todo es pecado, y que todo nocivo, sobre todo el consumo. Si lo más guapo que hay es consumir. Vendedor: Si señor, todos deberían ser así. Comprador 2: Ya se sabe «CONSUMIR ES VIVIR» Vendedor: Supongo que preferirá un continente ecológico. (El comprador 2 es atraído por la mercancía expuesta y de nuevo se pasea para contemplarla, tocarla, gozarla). En cuanto se lo prepare se lo dejo aquí. En primer plano aparece el nº 33 de la pasión según San Mateo de J. S. Bach; es el dúo para soprano y contralto con coro «So ist mein Jesus nun gefangen». La acción que se desarrolla es la siguiente. Los tres están en escena. La persona sigue ocultándose y acechando, el comprador 2 sigue mirando con gozo y delectación lo expuesto. El vendedor prepara el embalaje de los tres CONCOSOS que compra el comprador dos. El vendedor termina. El comprador recoge sus CONCOSOS y se va. El comprador se dirige hacia la persona encadenada. Se coloca el equipo y propina tres atroces golpes a la persona encadenada. Mientras tanto caen sobre la persona encadenada publicidad escrita. Se quita el equipo. Se dirige al mostrador; vuelve a sus tareas de limpieza y supervisión de la mercancía. La persona acechante aprovecha que el vendedor está de espalda, y que no hay nadie más en el establecimiento para dejarse ver un poco más. Furtiva y silenciosamente se dirige hacia el vendedor. Le proporciona un enorme patada en el culo al vendedor, y se sube sobre el estante de CONCOSOS. La música termina. En el paroxismo de la locura, la impotencia y la frustración destroza todo y grita. Acechante: ¡Mentira! Mentira todo mentira. No soy feliz. Los concosos son trampas y engaños. ¡¡Mentira!! El vendedor trata de detenerlo pero acechante lo golpea y le tira todos los concosos que puede llevarse a la mano. Acechante: ¡Quiero mi dinero!. ¡Devuélvanme mi dinero!. Todo es una trampa, un montaje. No soy feliz. Me siento cada vez más desdichado. Los concosos devoran mi vida, mi alma y mi gozo. Me vuelven cosa y corcho. Ya no puedo sentir. El vendedor trata de detenerlo. Sin embargo bastante hace con esquivar los golpes y los concosos que le son arrojados. A medida que va destruyendo los concosos la persona encadenada va recobrando vigor y fuerza. Trata de desasirse de las cadenas que la inmovilizan. El vendedor trata de protegerse. No puede. Va retrocediendo, después huyendo hasta desaparecer de la escena. Acechante: Quiero ser feliz de nuevo y sentir. Cada vez más relajada, la persona acechante va recobrando la serenidad. Vuelve a sonar el nº 33 hasta el final. Ya no queda nada por destrozar. Está cansado. La persona encadenada tras un duro forcejeo logra liberarse de las cadenas. Huye. Toda la tensión y la furia de acechante se desvanece. Le queda el cansancio. Hace mella en él. Se revuelca y se tiende sobre los despojos. Queda inmóvil y presa del sueño. Aparecen los dos compradores y el vendedor alterados, escandalizados tal vez, por la visión de semejante sacrilegio. Lo observan todo en la distancia. Se van acercando con mucha precaución. Cada uno por un sitio diferente. Acechante duerme profundamente. A una señal del vendedor los tres caen sobre él al unísono. Enloquecidos golpean los tres con saña manifiesta. Ver su vida, su gozo, su posesión más amada y preciada destruida les ha henchido el alma de venganza. La desinflan a golpes. Inmóvil y maltrecho es sacado entre los tres de escena. Miran con desolación y rabia su paraíso, su felicidad perdida. Los tres se encargan de retirar todo el material que está destrozado. Los dos compradores quedan en escena recogiendo los últimos pedazos con el escenario completamente vacío. Comprador 1: No puedo comprender como alguien puede llegar hacer una cosa así. Comprador 2: Una alimaña, eso es lo que son esos locos. Comprador 1: Nuestra dicha, nuestra felicidad y nuestro ser destruidos. Comprador 2: Locos que destruyen nuestra dicha. Comprador 1: Los CONCOSOS que son los que nos sostienen, nuestra vida. Comprador 2: Son cantidad de guapos. Comprador 1: Con CONCOSOS podemos vivir la vida de los otros, ser feliz con su felicidad. Comprador 2: Si, son superguapos. Comprador 1: Podemos ser todos igual de felices y hay quien se empeña en destruirlo todo. Comprador 2: No creo que tenga ganas de repetirlo. Comprador 1: Deberíamos haberlo entregado a la justicia ... . Comprador 2: Ha salido bien librado. La justicia hubiera sido mucho más contundente. Comprador 1: No está bien lo que hemos hecho. Comprador 2: El ha sido el que se ha mostrado violento. No hemos tenido más remedio. Comprador 1: Aún así. Comprador 2: Una paliza guapa se ha llevado en las costillas, así aprenderá. Comprador 1: Todavía no puedo dar crédito. El consumo es nuestra base, nuestra vida, nuestra dicha. La de todos. Desdichado, ¡qué crimen!. Comprador 2: Si, una alimaña, son alimañas todos ellos. Comprador 1: Quizás enfermos que quieren recrearse en su desdicha, sin querer tomar toda la felicidad que tienen al alcance de su mano. Comprador 2: Los CONCOSOS. Comprador 1: (Muy conmocionado por lo sucedido, se le saltan las lágrimas y se echa en brazos del comprador 2, que lo acoge amorosamente). Enfermos, si están enfermos. Terminan de recoger los restos que quedan. Están muy afectados por la visión de los CONCOSOS destrozados. No pueden comprender que alguien no quiera ser feliz. Está todo recogido. Todo está limpio y vacío. Desde la megafonía del local se oye el siguiente texto sobre el aria en si menor de la suite nº 3 de Bach. Voz: Un nuevo acto que nos inunda el alma de pánico y horror se ha producido en nuestro local. Un demente ha atentado contra la felicidad de todos destruyendo toda una planta de CONCOSOS. El demente ha sido reducido por el vendedor, miserablemente agredido, y dos ejemplares compradores, y por tanto ciudadanos intachables. Todos ellos han debido recibir atención psicológica. El impacto causado por la visión dantesca de la felicidad común destruida lo ha hecho necesario. Afortunadamente el orden quedará restablecido en breve y nuestra felicidad quedará restablecida. Escena sola. Escena totalmente vacía. Representa cualquier sitio clandestino. Aparece temeroso y mirando hacia todas partes acechante. No se encuentra seguro. Aparece con algo vendado. Camina como dolorido por todas partes. Acechante: No debería haber hecho eso. Debería haberme callado. Si por lo menos me hubieran devuelto el dinero. Pero sólo devuelven dinero si está defectuoso el CONCOSO . Lo probarían y se hubieran dado cuenta. Si, se hubieran dado cuenta de que no soy feliz y me hubieran detenido por escándalo público. ¡Uf, menos mal que me golpearon, y no me denunciaron! (Poco a poco aparece la persona encadenada, ya liberada, y se queda escuchando). Así no tengo que pasar por el psiquiatra y ser feliz. De esta manera ya se que no soy feliz, y que los concosos no sirven para nada. Persona encadenada: (Llora desconsoladamente) Nosotros ya lo sabíamos, lo sabíamos si. Acechante: ¿Qué es lo que sabíais? Persona encadenada: (Muy indignada, queda en silencio y le abofetea) ¿Qué que sabíamos? ¡Idiota! ¡Qué íbamos a saber!, que no podíais ser felices con esos apestosos concosos! Acechante: ¡¿Qué lo sabíais?!. Mentira, aquí nadie sabe eso. No me ves, estoy solo. Persona encadenada: (Le da otra bofetada) ¡Imbécil!. Es verdad todos los saben. Además ¿quien te ha dicho que hablo de aquí?. Yo hablo de allí (Se pone a llorar desconsoladamente) Acechante: (Al ver que llora, él lo abraza y lo consuela. Siempre con cierta prevención por si le sacude de nuevo). Realmente no sois felices allí. ¡Claro, no tenéis concosos! Persona encadenada: (Efectivamente, le da otra bofetada, pero esta vez ha sabido esquivarla. Se le ilumina la cara con una enorme sonrisa). ¡Si serás tonto!. ¿De donde te crees que sacan los concosos?. Los conforman allí. ¡Los concosos no hacen feliz a nadie, ni aquí ni allí! Acechante cae en la cuenta de la obviedad y se queda muy perplejo. La persona encadenada aprovecha para abofetearle de nuevo. Esta vez acierta de nuevo. Acechante: No sé porque me pegas. Me duele y no me gusta. Quizás lo prefiera a la desdicha que siento. Eso duele más; pero sigue sin gustarme. No lo hagas más, por favor. Además no se porque has de pegarme. Persona encadenada: ¡Pensé que aquí os gustaba eso!. Cuando vais allí a buscar concosos nos tratáis a golpes, con desprecio. Todos pensamos que aquí os tratáis todos así. Acechante: Es un alivio comprobar que allá no lo sabéis todo. Sin embargo, no se a que te refieres con lo que dices. Persona encadenada: Nosotros somos felices allí. No poseemos nada. No tenemos ese verbo. Sentimos nuestra cultura, nuestra lengua, a nosotros mismos. Y somos felices hasta que llegáis vosotros. Destruís nuestros bosques, plantas, animales, nuestra cultura, nuestra lengua, nos masacráis. Metéis toda esa dicha que veis en nosotros en concosos. Nos la arrebatáis, y la comercializáis. Nos la arrebatáis y nos os hace felices. Acechante: Eso no es posible. Nosotros no podemos ser felices. Sólo lo estamos con los concosos, pero no lo somos. Persona encadenada: No, no lo estáis. Sólo evitas no tener algo que los demás tienen. Acechante: ¡Qué éxito!. Conseguimos no serlo nosotros, y evitamos que lo seáis vosotros. (Llora amargamente) Llora, va calmándose poco a poco. Silencio. Acechante piensa. Va atando cabos. Persona encadenada: Nuestra dicha ... . Acechante lo interrumpe muy bruscamente, casi gritando agresivamente. Acechante: ¡Mentira!, está prohibido que nadie de allá venga. Tu no vienes de allá. Es una trampa. Me denunciaron. Eres un policía. Yo no quiero ser feliz así. Quiero estar vivo ... . Está muy nervioso, habla en un gran estado de agitación. La persona encadenada vuelve a abofetearle y le zarandea. Persona encadenada: Si, vengo de allá Acechante le empuja como puede, trata de defenderse, pero sus movimientos son torpes porque está muy dolorido. Al final lo consigue, y grita. Acechante: ¡Te he dicho que no me golpees nunca más!, ¡No me pongas la mano encima!. ¿Quien te has creído que eres?, ¿Qué derecho tienes?. Tan infelices somos nosotros como vosotros. Persona encadenada: Es difícil; pero he venido de allá. Cada vez que un concoso es destruido, nuestras cadenas se debilitan. Nuestra dicha regresa, el alma se fortalece por la esperanza y alguno queda libre. Se convierte en la esperanza de todos. Acechante: Entonces, porque no hay más de los vuestros aquí. Persona encadenada: Está prohibido. Además es allí donde necesitamos la esperanza. Acechante: Entonces porque estás aquí. Persona encadenada: Nuestro problema está aquí. Procede de aquí. Podemos solucionarlo aquí. Hemos de solucionarlo aquí. Acechante: ¿Cual es la solución? Persona encadenada: Personas como tú. Acechante: Todas las personas son como yo y como tú. Persona encadenada: No todas las personas están aquí hablando con nosotros. No todas las personas saben que son infelices. Acechante: ¡Claro que no están aquí!. Este es un sitio clandestino Persona encadenada: ¿Y tu por qué estás aquí? Acechante: Pareces tonto. Tengo que estar aquí hasta restablecerme, hasta estar totalmente curado. Persona encadenada: ¿Y no te puedes curar en otro sitio? Acechante: Tengo que aprovechar que no me denunciaron, para que no se note y así no tendré problemas con la justicia. Persona encadenada: ¿Y que has hecho? Acechante empieza a ponerse muy nervioso y se lo dice muy muy bajito. La persona encadenada no le puede oír. Se lo repite todavía muy bajito y continúa sin oírle, hasta que opta por decírselo al oído. Acechante empieza a llorar desconsoladamente. La persona encadenada le abraza para consolarlo. Al principio este cree que le va abofetear de nuevo y le esquiva. No obstante, al final acepta su consuelo. Acechante: (Todavía compungido y lloroso) No me has pegado, ¡qué bien!. Me gusta que no me pegues. Persona encadenada: ¿Y por qué lloras ahora? Acechante: No sólo he de quedarme aquí hasta que me cure. Creo que ya no podré volver nunca más. Persona encadenada: ¡Estás tonto! ¿Y cómo no vas a poder volver nunca más? Acechante: Tendría que comprar concosos y no sería feliz. Persona encadenada: ¿Y qué? Acechante: (Muy bajito) No se puede estar allí si no eres feliz. Ellos lo notan enseguida y entonces desapareces, o te hacen ser feliz a la fuerza. Y así no se puede ser feliz. Persona encadenada: ¿Y quienes lo notan? Acechante: Los vendedores. Si es verdad, no debes ser de aquí. No me explico como no sabes todo esto. Únicamente se puede no ser feliz, si algo malo le ocurre a los concosos. No me hagas más preguntas. Me cansa mucho. Me duele el alma y ya tengo el cuerpo demasiado herido. Si quieres saberlo todo, vete allá. Lo único que tienes que hacer para pasar desapercibido es comprar. Compra y compra una y otra vez. Sobre todo muchos concosos. Si eres muy feliz haciéndolo no tendrás ningún problema. Pasarás completamente desapercibido. Suena la suite lírica de Alban Berg. Se acuesta en el suelo muy abatido en el centro del vacío escenario y duerme. La persona encadenada se sienta a su lado en silencio, vela su sueño. Todo es muy poético. La persona encadenada poco a poco va quedándose dormida. Hasta allí llega cierto rumorcillo. Es la publicidad escrita de los concosos. Cae por todas partes. Cae sobre las dos personas que están dormidas hasta cubrirlas totalmente. Al cabo de un rato van despertándose. Lo hacen muy lentamente, como en una danza, como siguiendo el ritmo de la música. Intercambian palabras. Se ponen de pie. Cada una se marcha en sentido contrario. La música cesa. La persona encadenada se gira dirigiéndose a Acechante. Persona encadenada: No, aún no te puedes ir. Tenemos que hacer algo. Esto ni es justo, ni está bien. Acechante: Si. Hay que hacer algo. Cada uno tiene que hacer lo suyo. Nadie puede hacer lo de otro. Si hace lo del otro y no lo suyo, las cosas seguirán igual. Persona encadenada: ¿Y qué te parece si matamos a todos, y luego hacemos cada uno lo nuestro? Acechante: Suena bien. Pero es poco práctico. Nunca podríamos matar a todos. Además tendríamos que hacer su parte. Hay un problema. A mí nunca se me ha dado bien eso. No podría hacerlo ni aprenderlo. Menos que nunca hoy. Hoy he dormido libre por primera vez en mi vida. Hoy soy diferente. Todo es diferente. Persona encadenada: ¿Y porqué? Acechante: No empieces otra vez a preguntar. Me cansa. El caso es que no. Persona encadenada: Sabes que las cosas no pueden seguir así. Nos están destruyendo. No podemos esperar más, hay que actuar. Acechante: No se nada. No se que hacer, ni que quieres de mí. Se que nada es ni bueno ni justo. Me has contado lo que ocurre allí y yo te he contado como funciona esto. Entiendo la violencia que te atrapa. No tengo soluciones ni para acá, ni para allá. Me siento indefenso, e impotente ante todo, y por primera vez en mi vida sereno. No sé más. Persona encadenada: Me niego. Me niego a no hacer nada. He de hacer cualquier cosa, y me da igual que. No he llegado hasta aquí simplemente para nada. Me siento demasiado indignado como para quedarme como tu. Acechante: Buscaré la felicidad, el amor, la libertad dentro de mí. ahí estará la verdad. Esa es mi parte. Cuando la vean en mí, la buscarán en ellos. El problema quedará resuelto. Entonces ya no habrá más concosos. Ese es el único camino. Sería el definitivo. Esa es mi revolución. He de hacerlo. No puedo decirte cual es la tuya. La tienes dentro, encima, la llevas pegada. Es tuya y es lo único que te pertenece porque es uno mismo. Ven conmigo, nos ayudaremos a descubrirnos. Suena el aria de las variaciones Goldberg de J. S. Bach. La persona encadenada no responde. Permanece inmóvil. Las dos personas se miran mudas y profundamente. Se separan. Acechante sale de escena despidiéndose afectuosamente de la persona encadenada. Esta grita de rabia y de impotencia con el alma llena de venganza. Llora en soledad. Se acerca al montón de publicidad escrita. La rompe con desesperación y con un inmenso dolor. Llora y grita sin parar. Para. Se queda tendido en el suelo agotado. Acaricia los panfletos; los mima y los besa. Llama a la persona acechante. Sale corriendo en su dirección. Lo trae del brazo. Le muestra el montón de papeles. Le registra los bolsillos y extrae de él dos bolígrafos. La persona encadenada le susurra al oído algo. Los dos se ríen como niños. Se les ve escribir en el reverso de los papeles algo. Escriben y escriben sin parar uno tras otro. Cuando han escrito muchos los recogen y saltan a la sala, al patio de butacas y reparten publicidad. En todos han escrito: «Rompe las cadenas». La Música cesa y el telón cae.

No hay comentarios: